ROJO O VERDE (RELATO)

- Mauricio, ¿A qué horas acaba su turno?, le pregunta el sargento colocando su mano en el hombro de él.

- En diez minutos, ¿Por qué?, responde Mauricio girando la cabeza por encima del hombro.

- Porque necesitan un técnico cerca de la vereda cuatro esquinas. Pero no importa, vaya descanse, que yo le digo a Rafael que se dirija hacia allá.

- Listo, de acuerdo mi Sargento. ¿Es para despejar otro camino?, pregunta de nuevo Mauricio a su superior.

- No, es un viejo que se metió por donde no debía y tenemos que sacarlo de esa zona.
Mauricio da media vuelta, y camina hasta la puerta, luego se detiene por un momento y gira de nuevo su cuerpo.
 


- Yo voy, yo voy, no creo que me demore mucho. Le dice Mauricio a su comandante.

- ¿En serio Mauricio?, usted está cansado. – Luego, el sargento continua- no se preocupe que Gómez no demora.

- No, tranquilo yo voy, además ese viejo cuanto tiempo llevará rezando para que llegue alguien, yo voy. Le responde Mauricio a su superior.

Mauricio se sube a una camioneta con otros soldados y se van hacia la vereda cuatro esquinas a toda velocidad, al llegar al punto de encuentro, una cinta amarilla aleja a la población del campesino, el cual permanece inmóvil a unos doscientos metros a una orilla del camino.

- ¡Todo va a salir bien!, ¡Necesito que me escuche con atención!, ¡Quiero que permanezca quieto! - le Grita Mauricio al campesino que está como una estatua al lado de aquella trocha.

Mauricio se aproxima a él mientras observa a su alrededor para comprobar que no hay nadie más que ellos allí en ese momento.

- ¿Cuál es su nombre?, pregunta Mauricio cuando ya se acerca a unos pocos metros junto a él.

- Fernando, mi nombre es Fernando. Responde nerviosamente el campesino, un hombre que se aproxima a los cincuenta años.

- Muy bien Fernando, mi nombre es Mauricio, voy a estar con usted hasta que salgamos de acá, ¿de acuerdo?

- Fernando, asintió con la cabeza.

- Mauricio se arrodilla y saca su navaja, mueve un par de hojas entre la maraña. Comprueba que todo alrededor de Fernando está lleno de minas.

- Fernando, necesito que me escuche, usted está parado en un campo minado ni el verraco. Voy a retirar cada mina que hay en el piso, para abrir un camino, así de esta forma usted pueda salir de acá. Le dijo Mauricio, luego prosiguió.

- Yo se que está muy cansado, pero necesito que aguante un poco más, este va a hacer un trabajo entre los dos, si usted pisa en otra parte que yo no le diga, nos matamos, de acuerdo.

- Sí, señor. Yo aguanto, dijo Fernando. Mientras pasaba su mano por la frente y se limpiaba el sudor.

Este trabajo es de mucha tranquilidad y control, si nos ponemos impacientes, nos lleva el que nos trajo. Le dijo Mauricio a Fernando, mientras retira la tierra alrededor de la primera mina que extrae y la coloca junto a él.

- ¿Lleva haciendo mucho tiempo esto? Le pregunta Fernando, impaciente por comprobar qué clase de persona estaba encargada de su vida en ese momento.

- Para esta profesión, sí, si llevo mucho tiempo, llevo cinco años. Le responde Mauricio, luego continúa.

- Uno tiene que amar esta vaina, aunque usted no lo pueda creer, porque sino termina uno muerto en la primera oportunidad que tenga de quitar la primera mina.

- ¿Usted es la primera persona que oigo que ama esta vaina de estar con la muerte? Le dice Fernando, mientras se limpia de nuevo el sudor de su frente.

Mauricio, sonríe.

- La verdad, es así. La primera vez que vi una mina, estaba en la misma situación que está usted en este momento. Tenía once años, iba para la escuela con mi papá, ya nos habían informado los vecinos acerca del peligro que significaba alejarnos de la trocha. Mauricio retira la segunda mina y continúa hablando.

- Era un día soleado, y mi papá vio un árbol de naranja a un lado de la carretera y me preguntó si tenía sed, así que caminamos hacia el éste. De pronto, noté algo que salía de la tierra de forma inusual y cuando le pregunté a él por aquella pequeña caja verde que sobresalía entre el piso, su rostro palideció.

- ¿No sintió, miedo? Le pregunta Fernando.

- Por supuesto que sí, estaba muerto del miedo. Pero le confieso algo, nunca me sentí tan emocionado como aquel día. Luego, cuando vino el ejército y nos ayudo a salir, dentro mi cabeza ya tenía claro que quería ser cuando grande.

Mauricio hace una línea despejada de dos metros entre la trocha y Fernando quitando todas las minas que había entre estos dos puntos. Mauricio camina hasta donde Fernando y le da una palmada en el hombro.

- ¡listo, viejo! Le dice Mauricio con una sonrisa de alegría en la cara. Luego prosigue.

- Donde yo le vaya a señalar, tiene que pisar, ¿De acuerdo?

- De acuerdo, le responde Fernando.

Mauricio da media vuelta, y al pisar su rostro se torna pálido. Se da cuenta que acaba de cometer un grave error, pisa en el lado que no debía, su pie está encima de una mina y falta según su experiencia poco tiempo para que él se canse y modifique la presión que está recibiendo la mina, por consiguiente explote tanto Fernando como él.

- ¡Viejo, estoy muerto!, acabo de pisar una mina. Le dice Mauricio a Fernando. Su frente comienza a sudar.

- ¿Qué hago? Le pregunta Fernando.

- Nada, ¡váyase!, Hoy me tocó a mí.

- ¡Como se le ocurre!, algo se puede hacer, ¡Dígame que hago!, le dice Fernando a Mauricio.

- Nada, sólo salga de acá rápido. Le responde Mauricio.

- No, no voy a salir, hasta que me diga que puedo hacer. Le replica Fernando.

Mauricio nota el poco tiempo que tiene, y decide desactivar la mina junto con Fernando.

- De acuerdo Fernando, pero es su decisión,- luego continua-. Tome las pinzas que hay dentro de mi pantalón, y trate de quitarle la tierra alrededor de la mina.

Fernando se coloca de rodillas y despeja todo alrededor de la mina, hasta hacerla visible.

- ¿Ahora qué? Le pregunta Fernando.

- Hay dos cables, uno negro y uno verde. Estas minas son rusas, si hubieran sido de otras que no necesiten fuente de poder, estaríamos muertos, sólo corte el cable de color negro.

- Mauricio, sólo veo rojo o verde. Le dice Fernando.

Mauricio no sabe que responder, usualmente viene negro y verde pero rojo no. Además ya está cansado y siente que no puede más con la posición del pie.

- No sé, Fernando, no sé. Escoja cualquiera, el que usted quiera, pero hágalo yá. Le dice Mauricio.

Fernando va a cortar el cable verde, cierra los ojos y cuando lo va a cortar, cambia hacia el cable rojo y decide cortar mejor éste. Un silencio reina en la escena, Fernando abre los ojos y comprueba que ese era el cable, toca con su mano la pierna de Mauricio, la levanta de la mina y la apoya en el suelo.

- Lo hicimos Fernando, si ve le dije que iba a ser un trabajo de los dos, lo hicimos. Le grita Mauricio a Fernando.

Fernando se ríe y abraza a Mauricio, ambos caminan a la carretera donde los esperan vehículos para llevarlos a sus hogares.

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