TRECE (mención especial, VII concurso universitario de Cuento Universidad de la Sabana 2011)



A veces se preguntaba, ¿Quién será el próximo en morir? o ¿Podré recordarlo? En la casa, sólo quedaban trece. Antes, cuando recién había llegado Frank al asilo, no le importaba recordar por mucho tiempo el nombre de todos. Cuando quería dirigirse él a los demás huéspedes del centro, lo hacía de hecho, con su voz grave y firme indicando la ropa que ellos llevaban puesta: “El de la camisa roja” “Aquel, el de la gorra azul”.

 
Los habitantes de la casa, por su parte, se limitaban a hacer caso omiso a los llamados de Frank. Motivo por el cual, su estrategia para comunicarse, tuvo que ser replanteada. Y más, cuando percibió que el número de ocasiones en las que se daba cuenta que comenzaba a olvidar el nombre de las cosas, iba en aumento cada día.

Hoy, no sólo lograba recordar cada uno de sus compañeros, sino que sabía muy bien sus historias. No porque hubiera comenzado a hablar con todos, no, ese no era su estilo. Si hubiese una palabra que describiera la vida de Frank, sería una batalla entre dos vocablos: introversión y egocentrismo.

La respuesta a esta incógnita de cómo había logrado memorizar la vida de todos, era Antonio; él había sido la única persona que Frank permitió que se acercase a su vida, entre los dos se había conformado una amistad, que era infranqueable a las sátiras, sarcasmos y demás agresiones que Frank le propinaba a su amigo. Pero, no era que Antonio fuera inmune de forma consiente a éstos agravios; lo que pasaba, era que él padecía de una perdida moderada de la audición, que no le permitía escuchar en muchas ocasiones los susurros de Frank.

- La forma como uno se viste, y que color utilice, determina quién es y cómo es uno. Yo me considero un hombre hablador y con mucho tiempo para recordar. ¿Qué opinas Frank? Ah..

- ¡Tú y tus reflexiones!, yo acaso recuerdo dónde deje mi taza de café. Comentó Frank mirando hacia su mano, sentando desde el otro lado del sillón.

- Yo creo que uno se pone lo que le gusta y ya. Agregó Frank, mientras tomaba un sorbo de café, sentado en su lado del sofá marcado con su nombre, igual que la gorra de Policía que llevaba puesta mientras que estaba despierto, todos los días.

Antonio retomó la conversación, mientras su mirada traspasaba la ventana que separaba la puerta del asilo y su existencia. Su manos permanecía sobre sus piernas, su posición era como aquel chico impaciente que espera con entusiasmo el inicio del espectáculo. Por otro lado, Frank permanecía observando el mismo lugar que veía Antonio, aquella reja que esperaba que se abriera, pero su rostro reflejaba la desesperanza de esperar la cita que nunca se cumplirá.

- El tiempo se percibe diferente de acuerdo a cada ocasión, dependiendo de con quién estés y cómo te sientas. Eso es lo que se le llama el tiempo fenolelo.. fenomen… ¡fenomenológico! Eso me dijo Cesar hace dos días, el fue profesor de filosofía, ¿Lo Sabias? Le preguntó Antonio a Frank con un tono incitador.- Así pues.. él conoce bastante de eso.

Aquella Tarde, Cesar y su compañero, aprovecharon que no estaba lloviendo para hablar y hacer ejercicio a la vez; una corta caminata como de costumbre sobre la azote de la casa, ubicada en el tercer piso del asilo. En esa oportunidad, Cesar le indicó las diferentes clases de tiempo y de espacio que pueden existir para el hombre. Antonio por su parte, le enseñó cuales eran los elementos básicos, para que una foto fuese una pieza de arte, apuntándole su dedo hacia el suelo, para que él viera como la sombra que ambos proyectaban sobre unas hojas secas, podían ser una imagen que tuviese el significado más abstracto de la soledad.

- ¡Que más abstraccionismo de la soledad que una foto de nuestro rostro! Le respondió Cesar a Antonio, mirándolo a los ojos, mientras reía. Antonio, lo miró y rió también.

La muerte, ha sido un evento que siempre le llamó la atención a Frank, no sólo le tenía curiosidad, sino le causaba pánico, aunque no lo demostrase. Todos los días permanecía sentado con su tasa de café en el mismo lado del sillón, mirando hacia el mismo lado. Esperaba la presencia de algún familiar o amigo, pero todos los días eran iguales, desde que ingresó al centro, no tuvo visita alguna. No había tenido hijos, y su esposa había muerto varios años atrás, pero aún tenía algunos parientes cercanos y con esto, unas cuantas posibilidades que la puerta se abriese en nombre suyo.

Frank, había enviado docenas de cartas, a los conocidos que todavía les recordaba el nombre, pero ninguna carta surgió efecto en forma física. Ninguna presencia terrenal, ni en las primeras semanas, ni en los meses siguientes. Él no salía del centro, porque más que temerle a morir sólo, le temía a morir perdido en la ciudad. La cuenta regresiva a sus noventa y dos años, había comenzado, tal vez poseía unos pocos meses o incluso días, no había forma de saberlo exactamente. Pero si sabía que era inminente, el médico que acostumbraba a ir a la casa, se lo había dicho sin más rodeos al observar unos exámenes suyos; además, él lo sentía.

- Hace varios días, me dieron la medicación. Comentó Frank y prosiguió. - Sandra, la enfermera, me pasaba un vaso de agua para que tragara una pastilla de las varias que forman el del arco iris que tomo todos los días.

- Leti, no podrá contarte más historias ya. Me dijo, sin mirarme a los ojos. ¿Puedes creer esto? Frank le preguntó a Antonio, mientras giró su cabeza para ver el rostro de su amigo y continuó.- deberían de ser más sensibles al comentar una noticia de éstas.

- Sensible... mira quién habla.

- ¿Cómo dices?

- Que no creo que sea así del todo, yo creo, que ella siente la muerte de todos, pero trata de no entrar en afecto con nosotros. Tu bien sabes, que simplemente estamos de partida, y no querer intimar con nosotros, es algo lógico, ¿Cuántas partidas de un ser querido soportarías? ¿Dime cuantas?, creo que es mejor así, los ojos son el reflejo del alma, como dicen por ahí, nuestras almas quieren y deben continuar su camino ¿No crees?

- Ya deja así, siempre terminas dañándolo todo.


Leticia Villalobos, era la forma de salir de ambos de sus cuatro paredes que conformaban la habitación de cada uno. Los viajes de Leticia alrededor del mundo, como modelo, eran lo que más recordaban de ella. Sobre todo cuando estuvo en las Vegas, cada vez que ella hablaba de ese viaje, terminaba la historia con un final diferente. Cuando ella notaba que Antonio y Frank estaban sonriendo, Leticia les mostraba sus fotos para vencer su incredulidad, a veces ella también necesitaba comprobarse a sí misma los recuerdos de su vida, por eso no se separaba de su collar en ningún momento.

Leticia tenía una voz muy ronca, debido al consumo desmedido de cigarrillo, en su labor como modelo de una marca reconocida de cigarros. La gran cantidad de eventos y giras por tantas ciudades en representación de la marca, hizo que ella se volviera adicta al tabaco. Lo que causó enfermedades respiratorias que eran equilibradas con grandes cantidades de oxigeno diariamente, para poder vivir.

En las noches, cuando Antonio no podía dormir, caminaba en la azotea un poco. En muchas ocasiones, sintío que su corazón se detenía cuando una voz de ultratumba le sorprendía diciendo.

- ¿Quién anda ahí?

Antonio, no comprendía, como no había fallecido antes, con semejante susto. Ella, en lugar diferente a Antonio, si podía dormir, lo que sucedía era que a esa hora de la noche, podía fumar a sus anchas, lo cual tenía prohibido de forma rotunda en el asilo.

- Grandes nubarrones se aproximan, se dice que cuando llueve en el entierro de una persona, el alma del difunto está en el cielo. Le dijo Antonio a Frank mientras observaba en el reloj de pared de la sala, que eran la una de la tarde.

- Yo creo que simplemente llovió y ya. Respondió toscamente Frank, mientras observaba que el café en su taza se había desvanecido.

- ¿Sabes una cosa Frank? Cuando era niño, la muerte de alguien, era un hecho raro. Por una parte, no comprendía como la persona que fallecía, tenía que fallecer. ¿Me entiendes?, me preguntaba porque no podía ser como mi madre, que permanecía siempre igual, aunque años después comprobé que ésta era una regla inquebrantable.

- ¿Porqué carajos me cuentas todo esto? Le respondió Frank y continúo. - A veces me preguntó cómo es que te oigo decir tantas cosas sin sentido.

Después de consumir sus alimentos en un silencio profundo, pasaron varias horas sin pronunciar palabra y sin quitarle ambos la mirada a la puerta de afuera; hasta que las luces al otro extremo de la calle se prendieron, dando bienvenida a la noche. Frank quitó su gorra de la cabeza y se levantó del sofá, era otro día más que pasaba sin recibir visita alguna.

- ¿Te quedas, o te vas? Le preguntó Frank a Antonio que permanecía con los ojos cerrados, sentado al lado de él.

- Te estoy hablando, ¡vamos!, éste no es sitio para dormir. Le dijo Frank en un tono más fuerte, recordando lo sordo que era su amigo, pero no obtuvo respuesta.

Frank, pasó un poco de saliva, miró a su alrededor y dejó su gorra en el sofá, de nuevo, mientras se acercó a ver más de cerca a su amigo. Los demás compañeros veían televisión, y otros comían en el comedor.

- ¡Antonio!, ¡vamos!, ya esta tarde. Le volvió a decir Frank, directamente al oído. Pero Antonio ni siquiera se movió. Su cuerpo estaba rígido y sus ojos bien cerrados.

Frank, no tardó mucho en comprender lo que sucedía. En lugar de gritar el nombre de la enfermera, se sentó cerca a su amigo. Muy cerca de él, y no como de costumbre lo hacía, al otro lado del sofá, miró hacia la puerta del jardín, y esperó unos segundos, luego miro hacia el piso.

- Es difícil decirlo. He estado esperando, un año, tú sabes muy bien cuanto es un año, solo pedía, una visita, una sola visita, desde que llegué aquí, una sola. Frank tomó respiración y prosiguió mientras sentía con sus dedos las letras bordadas que conformaban su nombre en su gorra.

- Hace dos días, cuando me acomodé mi corbata negra frente al espejo… su voz se disminuía, tomo aire, y continuo. – Mi corbata negra para el velorio de Leti, acá en la casa, la imagen de algunas personas venían y se iban, sin poder recordar si aún seguían vivos, o tal vez, ya habían fallecido.

- En éste momento, antes que olvide, puedo sentir aunque no quiero, que ahora sólo seremos doce. Dijo Frank con su voz quebrantada y continuó: - eres un egoísta, un gran egoísta. No esperaste a que muriera, sólo te fuiste y ya. Su rostro se sintió surcado por una lágrima que se desprendió de aquellos viejos ojos grises, dividiendo su mejilla en dos.

Antonio soltó un carcajada, mientras veía la cara de asombro de Frank.- No sabía que sentías tanto aprecio por mí. Le dijo, mientras la cara de Frank se transfiguraba en una extraña mezcla de desconcierto, rabia y luego de felicidad. El estruendo de su voz, causó curiosidad a los demás compañeros, quienes se acercaron hacia el sofá.

- Qué te dije Luis, este viejo es tan humano como nosotros. Le dijo Antonio a su otro compañero, mientras se limpiaba las lágrimas de su rostro, de tanto reír y le daba un golpe en el hombro a Frank.

Frank, disgustado no lo vio durante unos minutos; pero, dentro de él era más la felicidad de que todo hubiese sido falso, que miró de reojo a su amigo para escuchar y ver como reía. Después de unos minutos todos sus compañeros se fueron dispersando. Antonio se levantó de la silla. Y le dijo a Frank:

- Vamos, Frank, no es un lugar cómodo para quedarse a pasar la noche. Además mañana tienes que estar a primera hora en tu sofá haciendo guardia como siempre.

- Mañana quiero ir al parque. Le respondió Frank.

- ¿Al parque?, no puedes ir allá, no al menos sólo, debes ir acompañado, lo sabes bien.

- No iré sólo. No quiero partir sin pasar una tarde con mi amigo.




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