A veces se preguntaba, ¿Quién será el próximo en morir? o ¿Podré recordarlo? En la casa, sólo quedaban trece. Antes, cuando recién había llegado Frank al asilo, no le importaba recordar por mucho tiempo el nombre de todos. Cuando quería dirigirse él a los demás huéspedes del centro, lo hacía de hecho, con su voz grave y firme indicando la ropa que ellos llevaban puesta: “El de la camisa roja” “Aquel, el de la gorra azul”.
Los habitantes de la casa, por su parte, se limitaban a hacer caso omiso a los llamados de Frank. Motivo por el cual, su estrategia para comunicarse, tuvo que ser replanteada. Y más, cuando percibió que el número de ocasiones en las que se daba cuenta que comenzaba a olvidar el nombre de las cosas, iba en aumento cada día.
Hoy, no sólo lograba recordar cada uno de sus compañeros, sino que sabía muy bien sus historias. No porque hubiera comenzado a hablar con todos, no, ese no era su estilo. Si hubiese una palabra que describiera la vida de Frank, sería una batalla entre dos vocablos: introversión y egocentrismo.